jueves, 21 de junio de 2012

Balances

Que cuando le decía "¡Cállate, cállate y márchate!" nunca se fue. Permanecia impasible ante sus palabras con la mueca de indiferencia plasmada en su semblante. Y eso a ella le crispaba, le quemaba las ganas y le helaba las ilusiones. Le decía "no te soporto, vete" y el ánimo se le reía. Se le reía tanto que sus músculos se agarrotaban y los hombros se le volvían de acero. Estuvo meses tragando días espesos, y días contando horas inmóviles. Y no se iba. Así que aprendió a escaparse. Aprendió que si ello no se iba, se iría ella. Se zafaba de su tiranía saltando a los brazos pintados que la aislaban de la realidad. Pero había que regresar, y cuando regresaba, ahí seguía estando. Se seguía riendo, y la seguía amenazando. El invierno discurrió sin paciencia y con amargor. Haciendo de fines de semana escapadas astrales y de la compañía del chico de las agujas su abstención de realidad. Pero Marte se fue en febrero y la punzante visita que ponía a prueba sus fuerzas desapaceció con él. Los hombros se volvieron laxos y los músculos se destensaron. La tormenta pasó, se fue con el frío. Los cambios se volvieron rutina y solo quedaron las lecciones aprendidas, la fuerza adquirida y las ganas de que el Sol por fin sentenciara la paz. Aprendió a dejar de escaparse y a enfrentarse con coraje a la perturbación. Los brazos pintados la abrazaron con más fuerza. Y a veces le siguen asaltando las ganas de gritar, pero hace tiempo que los "márchate" se fueron y los "quédate" se instalaron. Hace tiempo que los gritos son por exceso de felicidad y los improperios son la única forma de expresar una maravilla tan obvia.