martes, 29 de noviembre de 2011

¿Defectos? No, gracias.

Ver en: http://www.elimportuno.com/component/k2/item/8084-%C2%BFdefectos?-no-gracias

Resulta tranquilizador que la verdadera perfección implique la existencia de defectos, básicamente porque la perfección exige un equilibrio. Ponemos un énfasis desmesurado en convertirnos en seres divinos y etéreos que distan mucho de parecerse a lo que realmente somos. Hacemos una recolecta de todos aquellos adjetivos que embellecerían cualquier descripción que hiciéramos de nosotros mismos y nos ponemos a trabajar con ahínco en convertirnos en seres socialmente deseados. Y todo esto... ¿para qué?, si luego lo más bonito de una persona son sus defectos y sus excentricidades. Lo que nos hace destacar es, precisamente, aquello que nos diferencia del resto, y no lo que nos hace parecer fruto de una fabricación en serie.
Lo que al final te va a hacer ser especial, no es tener la piel lisa que todo el mundo desea, sino ese puñado de pecas que han explotado en tu cara. Ni siquiera necesitas vestir lo que ordenan los catálogos, solo dedícate a ser tú mismo y sentirte cómodo con ello.
¿Quién inventó la palabra “defectos” y en qué diablos estaba pensando? Qué pasaba por su cabeza en el momento que creó estas definiciones:
Defecto.
(Del lat. defēctus).
1. m. Carencia de alguna cualidad propia de algo.
2. m. Imperfección en algo o en alguien.

¿Acaso carecer de una cualidad es un defecto? Esta definición es pobre, no contempla la existencia de otras cualidades diferentes. ¿Imperfección en algo o en alguien?, ¿Quién decide lo qué es perfecto como para poder juzgar qué no lo es?

Deberíamos aceptar como sinónimo de belleza o perfección la palabra “equilibrio”. Así, pararíamos por un segundo de darle valor solo a lo –subjetivamente- positivo, y reconoceríamos el valor de lo negativo. Porque es importante que cada persona tenga en su interior un poco de blanco y un poco de negro, que ambos polos se entremezclen, se compensen, se apoyen y se alimenten. Así, la tarea más difícil de todas, no sería rediseñarnos por completo y convertirnos en borregos y fotocopias de la masa, sino que, nuestro único deber será custodiar esa simetría monocromática según la cual, nuestra cara blanca y nuestra cara negra, se encuentren en total armonía.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La enfermedad del amor

Ver en: http://www.elimportuno.com/component/k2/item/7836-la-enfermedad-del-amor

Qué difícil es enamorarse de un modo sano, y cómo cuesta a veces zafarse de la toxicidad que genera una mala relación. Qué curioso es el amor, a veces se abalanza sobre nosotros y casi no nos deja respirar; otras veces nos desgarra por dentro y nos tortura; en algunas ocasiones simplemente no está, desaparece sin más de la noche a la mañana; y en otras, solo se aleja para tomar carrerilla, y reaparecer con una impetuosidad indomable, de esas que vuelven al amor ingobernable, salvaje y visceral.

Algunos hemos vivido relaciones traumáticas en las que se llevan a cabo acciones injustificadas bajo el falso nombre del amor o la decepción que el agotamiento de éste provoca. Después, sin apenas darnos cuenta, nos dejamos contaminar por esa mala experiencia y vamos por ahí, controlando nuestros sentimientos como si acallando la voz del corazón fuéramos más afortunados y dichosos. A veces, incluso llegamos a pensar que somos más felices que todos aquellos que se dejaron engatusar por un sentimiento tan esclavo como es ese del amor; porque nosotros, fuertes y etéreos, controlamos las flechas de Cupido, no nos dejamos engañar por falsos Valentines y damos la espalda por completo a cualquier Diosa Afrodita.

También los hay que piensan que esas cosas solo ocurren en las comedias románticas y los dramas de la gran pantalla. Que nadie quiere tanto y ninguna relación dura más de un año, no al menos sin infidelidades y discordias; no al menos, sin caer en la tela de araña de la rutina, donde solo queda esperar ser devorado. Aguardar con estoica paciencia que todo se vuelva a infestar, empezar a sentirte de nuevo enfermo y harto de tanta angustia innecesaria, ¿quién me mandó a mí a meterme en eso? Una y no más, Santo Tomás.

Normal que cuando llega alguien que merece la pena, alguien que nos calla la boca y echa por tierra toda la estrategia anti-relaciones que nos habíamos creado; alguien que atraviesa tu coraza y tiene en su poder y en sus manos todo tu corazón… nos volvamos miedosos y vulnerables. El terror a que nos rompan esa máquina de latidos que tan ajena a todo queríamos mantener, nos corre por las venas, y entonces, de poco vale intentar controlar los sentimientos… porque se te escapan de las manos, pueden contigo, y cuanto más intentas gobernarlos, más crecen ellos; hasta que vuelves a ese punto, donde los síntomas del enamoramiento te tienen calado hasta las cejas y la decisión más inteligente, la única decisión que te permite de verdad disfrutar y ser feliz, es desconectar el raciocinio y dejarse llevar.

Alejar los fantasmas del pasado es algo de lo que se dice mucho pero se sabe poco. La teoría es bien sencilla pero la práctica es otra historia a parte… A veces hace falta un clavo para sacar otro clavo. Otras veces ni mil púas juntas lograrían sacar una simple chincheta. Pero que injustos somos con nosotros mismos cuando nos privamos de vivir ese sentimiento tan químico y bello que es amar… Ese sentimiento que te destruye y te recompone, que te parte y te construye, y que igual que algún día te abandonó, hoy vuelve para entregarte todo aquello que no te supo dar. Un amor que se puede controlar no es un amor. Así que supongo que toca parar de lamerse heridas y dejarnos cegar por esa pasión infinita, esa pasión que nos remueve por dentro y nos da la oportunidad de escribir una nueva historia.

martes, 8 de noviembre de 2011

El error de la generalización

A veces se me antoja nadar a contracorriente el hecho de defender una idea tan simple como: “no pienso que todos los hombres o todas las mujeres sean iguales”.
Creo que uno de los mayores errores que tendemos a cometer es el de la generalización y la estereotipia. Vamos, que ni todos son tan capullos ni todas somos tan tontas.
Cuando generalizamos asignamos a las personas una serie de rasgos que se nos antojan comunes a todos y cada uno de los individuos de ese sexo/raza/loquesea, deshumanizando y despersonalizando por completo a la persona en sí.
Pero esta gran mentira que promovemos diariamente viene ya de lejos y se sustenta en toda una cadena de desaciertos entremezclados que no dejamos de reforzar. La madre de la generalización es nuestra patológica e instintiva manía de poner etiquetas a todo, la horrible y espantosa costumbre de simplificar incluso a las personas (¡Qué locura!) al máximo exponente para así ahorrarnos el trabajoso esfuerzo de pensar de más, no vaya a ser que se nos agoten las neuronas.
A veces queremos hacer las cosas y personas tan fáciles, que las dejamos desprovistas de su esencia y se convierten en un bulto más que colocar en algún lado, olvidándonos de que si te excedes atajando, puedes perderte un camino que hubiera merecido la pena andar.

El mejor ejemplo de que cuando generalizamos con ambos sexos nos equivocamos es el concepto que se ha tenido de la mujer a lo largo de la historia. Hasta hace bien poco, -e incluso en la actualidad-, se ha establecido lo que la mujer debería ser, cuál era su rol y cómo debía desempeñarlo. En cada momento de la historia un puñado de hombres sin escrúpulos estipularon cuál era el único modelo de mujer concebible, y cualquier rasgo que se escapara de aquello que ellos ya habían decidido era censurado. Así pues, la única forma posible de ser mujer ya estaba establecida y cualquiera que no encajara en ese patrón era una revolucionaria y debía atenerse a las consecuencias. Entonces, ¿significa eso que todas las mujeres fueran iguales? No. Se sabía cómo tenían que ser pero no cómo realmente eran. Pues unos años después de esas represiones, aquí estamos, en pleno siglo XXI y con unas ideas caducadas que lo único que consiguen es hacer que involucionemos.

Chicas y chicos, ni todos los hombres son estúpidos e insensibles, ni todas las mujeres pensamos únicamente en ropa y novelas, y mientras tengamos metidos en la mente los conceptos que nuestros abuelos nos inculcaron, nos vamos a estar perdiendo todo lo que nos podemos ofrecer los unos a los otros, y creedme, tenemos mucho que aprender de ambos géneros.

Mi humilde consejo es que paremos de hacernos ideas preconcebidas sobre los demás y nos dejemos de encasillar a las personas como si fuéramos artículos de supermercado. Cada persona es un universo y da igual que sea hombre o mujer. Es cierto que hay ciertos patrones comunes, eso es innegable, pero que algo sea común no implica que sea absoluto. Y para aquellos que se respaldan en las conductas que priman en cada sexo para crear un ataque hacia ellos y empezar a categorizar a diestro y siniestro, les recomiendo coger un libro de biología para así, poder comprender muchas de las diferencias que hay entre ambos géneros y su relación con las manifestaciones conductuales de los procesos químicos que se producen a nivel fisiológico. Pero entender eso sería despojarnos de la idea de que los hombres son unos pervertidos y las mujeres unas sensibleras, y ya lo dice el refrán: Árbol que crece torcido jamás su rama endereza.


enlace del artículo en la web del periódico digital "El importuno": http://www.elimportuno.com/component/k2/item/7756-el-error-de-la-generalizaci%C3%B3n

jueves, 3 de noviembre de 2011

Delirios

Hoy es otro de esos días en los que el clima se acompasa a mi estado de ánimo. En los que estás tan torpe que no te queda otra que reírte... En los que todo se hace más difícil cuando cualquier otro día sería enormemente sencillo, y en los que, cuando te propones sobreponerte a todos esos "pequeños y estúpidos detalles" te das cuenta de que la cámara de fotos -muy mala, claro está- que tienes en el cajón y que HOY necesitas, se ha roto por arte de mágia...
Entonces acudes a la artillería pesada y recurres a los que son de tu calaña... tiras de móvil y llamas a amigas para que vengan a rescatarte y "disfrutar" este día de manta y peli contigo, porque las "desgracias", si son compartidas hacen bastante gracia. Pero claro, las avisas como puedes, porque tu ordenador, al cual le ha dado por hacer un ruido que jurarías, antes no hacía, solo le funcionan las tildes aporreando literalmente la tecla... Así pues, cuando decides usar el móvil para mandarle un mensaje a tu prima, éste se te cae al suelo por decimoquinta vez en el día de hoy (debido a tu torpeza, la cual unos achacamos al clima, otros a la ciudad, y otros, como yo, a una serie de catastróficas desdichas que aniquilan poco a poco tus ganas de emprender tareas) y empiezas a pensar que algún ser conspira en contra de que uses tu puñetero móvil, el que por cierto, se ha tomado la libertad de cabrearse con tu ordenador y cortar así la relación "bluetooth" que tenían...

Menos mal que me lo tomo con filosofía y me río... Menos mal que mis móviles siempre tuvieron instintos suicidas, que mi ordenador siempre fue un excelente músico/compositor, que mis manos siempre fueron torpes si se sentían apáticas, que mi teclado siempre tuvo achaques de rebeldía, que mi cámara nunca apuntó maneras, que mi prima acude al rescate, que me gusta la lluvia (pero no el viento) y que me encanta Granada (pero no sus buses urbanos), y menos mal, que cuando mi estado de ánimo se "aclimata" tengo un blog donde escupir sandeces y quedarme tan pancha.


¡Buenas tardes tengan ustedes!