domingo, 15 de enero de 2012

El frío de la ausencia

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Echar de menos a alguien es una sensación difusa, punzante y no localizada. Viene acompañada de fuertes síntomas que con escasas fórmulas puedes tratar y cuyos prospectos son vagos y poco francos. No hay modo alguno de ponerse a cubierto y nunca sabes cuándo puede abalanzarse sobre ti y hacerse con tus pensamientos. El único modo de estar a salvo es, irónicamente, cobijarte junto aquellos que generan en ti tal sensación.


Cuando echas de menos, esa/s persona/s resulta/n irremplazable/s y ninguna otra puede llenar ese vacío. Pero no tienes porqué dejar que la tristeza infeste el resto de tu vida, ni que contamine tu corazón al completo, de hecho, la mejor forma de sobrevivir a la añoranza es, precisamente, contrarrestar esa carencia con otros aspectos de tu vida que te hagan sonreír y que logren abstraer tu mente; tumbarse en la cama y mirar al techo resulta tentador, pero sería contraterapia.


Echar de menos te agota, te crispa y desespera. Los calendarios crecen a lo largo y ancho, las horas se elevan al infinito y las tardes son eternas. Un simple olor lo supone todo, un paseo se convierte en un tour por aquellos sitios que llevan su/s nombres impregnados en las aceras y el breve espacio de un silencio está lleno del ruido interno que vive en tu cabeza y te grita que: todo-sería-un-poco-mejor-si-él,-si-ellas-estuviera/n-aquí.


Echar de menos a muchas personas es casi imposible de digerir. Se te hiela la piel y el corazón junto a ella se encoge de frío. Todo se vuelve color-gris-oscuro y tienes que luchar contra la monocromaticidad, porque es importante conservar todos los colores de la vida.


Echar de menos no es agradable pero los reencuentros… los reencuentros son perfectos. Los reencuentros son como todo debería ser. Rezuman magia y alegría, te recomponen lo que te quitaron y crean una explosión de luz y de calor. Los reencuentros con él y los reencuentros con ellas, tienen todo lo necesario para poder saber con certeza que, la espera, siempre, SIEMPRE, merece la pena.

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