jueves, 6 de enero de 2011

Parte 11

(*Continuación de la parte 10, sita en http://elcalidorincondelprocrastinante.blogspot.com/2011/01/parte-10.html )

- Bueno, dispara chica que no tenemos toda la noche. Cuéntame todo de ese bomboncito llamado Aaron - decía François con la impaciencia propia de una dieseisañera.
- Ya estás sacando todo de contexto, desde luego François, tú y tu manía de buscarme un hombre. Ya te lo he dicho. Aaron es sólo... un chico amable y trabajador, con un perro malvado y un talento que beneficia mucho a Voice...
- ¿Amable y trabajador? Cariño lo siento pero hay que brindar por eso... Tú hablando en términos positivos de un hombre... ¡Quién te ha visto y quién te ve!
- No sé por qué dices eso, siempre he hablado bien de ti.
- Alison... ¡he dicho de un hombre! - y nos echamos a reir - ¡Camarero! ¡Camarero! Traiga una botella de Vega Sicilia.
- No me vas a conquistar con vino François, que ya nos conocemos...- y reímos como dos niños que se olvidan de todo lo malo y se quedan solamente con los bellos momentos.

La velada transcurrió de un modo jovial y placentero. François, que es un diseñador de interiores de amplia carrera e internacional fama, había sido el mejor de los amigos que pudiera encontrar desde que me mudara a Nueva York con 18 años. Por desgracia ser una mujer de éxito no es compatible con las buenas compañías, no cuando desconoces los patrones bajo los que funciona este mundo y eres una novata como algún día lo fui yo. El interés no tiene barreras y la envidia ciega a las personas hasta límites insospechados. Manhattan me convirtió en una mujer fuerte y luchadora pero la vida me había ofrecido algunos envites de los que de no ser por amigos como François apenas me hubiera podido rehacer a mí misma.
Después del restaurante nos dirigimos a mi apartamento, François quería ver los cambios que le había dado a mi nuevo hogar y gustosamente le invité a tomar una última copa de vino en casa.
Una vez hubo hecho la crítica correspondiente y me cambió de lugar algún que otro cuadro nos desplomamos en el sofá y pasó. Puso su cara de confidente.

- Suéltalo, qué tienes en esa mente retorcida y manipuladora - le dije con el tono de confianza que la amistad me otorgaba.
- El viernes que viene inauguro el local del que te hablé. Ya está todo a punto, es un perfecto escaparate de mi trabajo y van a venir personas de todos lados, periodistas de muchas revistas de diseño y gente del mundillo. Por supuesto cuento con tu compañía... y...
- ¡Dilo ya!
- Me preguntaba si... ¿querrías dar un pequeñito discurso en la presentación? No se me ocurre nadie mejor que tú.
- ¡François! Por supuesto. ¡Será un honor!. Ya me estaba asustando con esa carita de pensamiento maquinador.
- Pequeña hay algo más... - lo miré tensamente - ¡Quiero que vengas con Aaron!
- ¡¡¡¡François!!!!
- Lo siento guapita de cara pero es mi fiesta e invito a quien yo quiera y quiero que ese bombocito venga. Así que más te vale traerlo o iré yo mismo a esa revista tuya y lo invitaré personalmente.
- Está bien, está bien. Pero te aviso de antemano pequeña maruja, ni se te ocurra intentar nada, Aaron va a venir en calidad de compañero de trabajo y sólo porque tú te has empeñado.
- Vale Alison, como quieras - cedió mientras se ponía el abrigo y abría la puerta de casa - pero ni se te ocurra ir de monjita. Con ese cuerpo que te dio tu madre y lo poco que le da la luz... ¿No ibas a darle un giro a tu vida? Deslúmbrame el viernes. ¡Te quiero! - gritó mientras la puerta del ascensor se cerraba tras su paso.

Cogí el teléfono para llamar a Aaron, quería disculparme por haberme escabullido de ese modo precipitado cuando parecía que me estaba invitando a cenar. Además así podía comentarle de un modo frío e indirecto el plan de François, pero cuando miré el reloj ya era muy tarde y tuve que esperar hasta la mañana siguiente que lo viera en el trabajo.
Cuando llegué a la redacción aún faltaban 5 minutos para que fuera la hora oficial de comienzo de la jornada, Aaron aún no había llegado. Dejé el bolso, encendí el ordenador y abrí el primer cajón de mi mesita donde guardaba un bote de J'Adore y lo pulvericé sobre mi cuello. Empecé a ponerme nerviosa, sentía como si fuera a pedirle una cita a un chico en el instituto y me sorprendí a mi misma andando de un lado a otro. Aaron entró en el edificio y yo fingí ir a servirme un vaso de agua en el dispensador que había al lado de la puerta de su despacho.
- Hola Alison - me dijo cuando pasó frente a mí.
- Buenos días ¿qué tal est... - arrastré las palabras pues ya había entrado en su despacho cuando me giré del todo.

El resto del día fue más de lo mismo, Aaron estaba más evasivo que nunca y en mis encuentros con él, más causados que casuales, como mucho lograba un intercambio de miradas. Ya no entraba a mi despacho a bombardearme a preguntas en un tiempo record, ni me tocaba en el cristal cuando pasaba frente él para saludarme de un modo rápido y fugaz. Debía estar algo ofuscado por mi retirada huidiza del día anterior y yo no era capaz de hacer acopio de todo mi valor para dirigirme a él.
Decidí dejarme de niñerias y me planté en su despacho con una invitación al evento de François en mi mano. Me hizo esperar porque estaba al teléfono y cuando por fin colgó esa llamada que se me antojo eterna se dirigió a mí.
- ¿Querías algo Alison?.
- De hecho sí... Tengo una propuesta que puede que...
- ¡¡Aaron!! - irrumpió una de las nuevas becarias en el despacho, entró sin llamar a la puerta y se acercó hasta su mesa con aires insinuantes - anoche lo pasé de lujo contigo, quería decírtelo antes de irme porque...es mi tiempo libre para almorzar algo...así que si quieres...
Las miradas de reojo que Aaron me hacía mientras esa becaria le tiraba de la corbata no bastaron para frenarme. Le dejé la invitación encima de su mesa y me retiré apresuradamente. Cuando entré en mi despacho el enrojecimiento ya era evidente, se había esparcido por todo mi rostro. ¿Qué pretendía? ¿Acaso esperaba algo de él?
Llamé a Catherine por la línea telefónica interna y le dije que iba a continuar trabajando en la calle. Terminaría mi articulo hoy mismo pero había decidido oxigenarme un poco y cambiar de entorno, para ello escogí Central Park que me pillaba a un par de manzanas de mi apartamento. Lo que supuestamente solo iba a ocupar mi mañana, acabó extendiéndose en el reloj hasta más allá de la media tarde. Mientras la batería del ordenador durase estaba dispuesta a trabajar sin cesar, el ambiente era inspirador y el conseguir centrarme en algo distraía mi mente de la vergüenza que esa misma mañana había pasado.
Gracias a Dios no tenía que volver a Voice hasta el lunes siguiente, tenía todo el fin de semana para convencer a François de que ir sola a la inauguración no era tan mala idea.

( Continua en http://elcalidorincondelprocrastinante.blogspot.com/ )

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