miércoles, 12 de enero de 2011

Parte 15

(*Continuación de la parte 15, sita en http://elcalidorincondelprocrastinante.blogspot.com/2011/01/parte-14.html)

Todo el trayecto de vuelta a casa lo pasamos en silencio, tímidos ante los momentos tan cercanos que habíamos compartido hacía unas horas. A pesar de que fueron interrumpidos me sentía más mucho ligada a él que al comienzo de la noche, y ese hecho ruborizaba ligeramente mis mejillas. La noche fue una velada magnífica que nos permitió conocer a unos Aaron Brooks y Alison Cooper muy diferentes fuera del ambiente de trabajo, lo cual resultó ser una sorpresa agradable para ambos.
Estábamos doblando la esquina de Lexington Avenue cuando mis dedos empezaron a jugar, nerviosos, con el asa del bolso, y mi pie derecho, se escondía desconcertado tras el izquierdo. Aaron estacionó su Escalade frente a mi portal y sin parar el motor me miró y sonrió, quizás esperando una invitación que prolongara la noche un poco más.

- Gracias por una noche estupenda Aaron.
- Gracias a ti por haber sucumbido a los deseos de François y llevarme como tu acompañante - bromeó a sabiendas de que ya poco tenía que ver todo esto con François.
- Bueno... Supongo que nos vemos el lunes, así que pasa un buen fin de semana y aprovecha para descansar.

Aaron me sonreía divertido, supongo que notaba mis nervios y dudas pero prefería entretenerse observando cómo me desenvolvía ante la tensa situación.

- Buenas noches Aaron - me despedí con un beso en la mejilla y me di la vuelta sin mirar atrás y sin dejarle contestar.

Entré en el edificio y llamé al ascensor con la tentación de girarme y ver si su coche continuaba ahí aparcado, pero fría como el témpano me metí dentro del ascensor y solamente entonces me di la vuelta. No supe cómo reaccionar cuando Aaron entró corriendo en él y antes de que se cerraran las puertas y volviera a salir, me dio un impetuoso y dulce beso en los labios y entonces dijo "Buenas noches a ti también Alison". Tras esa frase, el ascensor comenzó a ascender e incluso llegó hasta mi planta sin que yo hubiera vuelto a parpadear.
Entré zombi a mi apartamento con la ligereza de una niña con 20 años menos que yo, que no se termina de creer los últimos acontecimientos de su vida. Una niña sin planes y con mucha vida, sintiéndome ingenua y un poco novata en estas tesituras.
Me puse el pijama aún caminando en la nube de la prudencia y me metí en la cama mirando con los ojos como platos al techo. Entonces me hice consciente de mi comportamiento y estallé en una carcajada que me acompañó hasta que el cansancio me venció.

El sábado amaneció tranquilo, y por la ventana se asomaba el sol resplandeciente que bañaba la ciudad. Ese fin de semana era todo lo que tenía para descansar, puesto que el lunes debía volver a estar a la altura de las circunstancias en las que Voice se encontraba. Así pues, me preparé un desayuno ligero, saqué de mi armario la ropa de hacer deporte y pasé gran parte de la mañana corriendo por Central Park. Antes de volver a casa compré algunas velas aromáticas, sales de baño y una botella de vino, pensaba abandonarme a los pequeños placeres, dejar que mi piel se arrugara durante horas, que mi paladar disfrutara de un sabor que adoraba e intentar que se fuera por el desagüe toda la tensión que acumulaba en los hombros. Antes de meterme en la bañera puse como música de fondo una copia de música que extraje del PEN-drive de Aaron.
Sumergida en una paz llena de olores, agua, espuma, vino y penumbra, escuché varias veces como el teléfono sonaba, enclaustrado aún dentro de mi bolso, pidiéndome a gritos que volviera a la realidad. Decidí hacer caso omiso, si eran asuntos de trabajo, ya me pondrían al día el lunes durante mi jornada y si alguien me buscaba, ya le atendería más tarde.
Cuando salí de la bañera el CD ya había dejado de sonar y las yemas de mis dedos aparentaban 30 años más. Siendo fiel a mi propósito de dedicar el día a mis cuidados decidí ir a un centro de belleza donde me arreglaron las uñas y le dieron algo de forma a mi melena.
Estaba empezando a anochecer cuando puse rumbo a mi apartamento y a la salida de una boca de metro un chico algo más bajo que yo, que ocultaba a malas penas su rostro con un gorro y un pañuelo, pegó un tirón de mi bolso y me empujó hasta dejarme tirada en el suelo. Como era de esperar el vándalo salió corriendo con su botín y yo me quedé en estado de shock tirada en el suelo.
Tuve suerte cuando un amable y apuesto caballero pasó por mi lado y me tendió su mano.
- ¿Se encuentra bien señorita? - me dijo mientras sus pupilas verdes expresaban una sincera preocupación.
- Si... Bueno no. ¿Me acaban de robar? - contesté aún sin dar crédito.
- Eso parece... ¿Puedo ayudarle en algo?
- No... no... Gracias.
- ¿Dónde vive usted señorita...? - dijo mientras buscaba un anillo en mi mano.
- Cooper. En Lexington Avenue.
- Está bien, le ofrecería llevarla a casa en mi coche y para mí sería un placer - notó la negativa en mi expresión - pero comprendo que después de lo que le acaba de suceder le puede resultar algo difícil confiar en un desconocido -está vez si que sonreí como signo de aprobación- así qué le parece si le pido un taxi y continúa usted su trayecto de un modo más seguro.

De buena gana le hubiera dicho "Pues me parece que eso lo puedo hacer yo misma, así que no se preocupe" pero a fin de cuentas ese hombre -el cual me atrevería a decir que era muy atractivo de no ser porque las circunstancias me hacían tener la mente en otras cuestiones- me había tendido una mano después de haber sido atracada.

- Pues me parece que es usted muy amable señor...
- Parker. Adam Parker.

Tras una fugaz, inesperada y diferente conversación con un desconocido, puse la pertinente denuncia a mi robo, y localicé a mi casero para que me diera una copia de la llave del apartamento. Sin cartera, sin móvil y con un bolso menos en mi armario, puse fin a un día que decidió torcerse y muy al contrario que la noche de la inauguración, esta vez, me fui a dormir con un mal sabor de boca.

Cuando el lunes llegué a la redacción apenas recordaba el beso de Aaron. Continuaba aturdida por los últimos acontecimientos y fue sólo al verlo a través del cristal y dar mi estómago un vuelco, cuando recordé dónde estaba y quién tenía su despacho tan cerca, entonces la niña de los 20 años menos que yo volvió a instalarse dentro de mí.
Aún con esa sensación infantil dentro de mi cuerpo, venía con una especial predisposición al mal humor que intenté disipar de camino al despacho de Aaron.
Toqué la puerta y su voz de fondo me indicó que pasara.
- Buenos días Aaron.
- Buenas noches a ti también Alison. ¡Vaya! Quería decir buenos días…debía tener la mente en algún otro lugar, o quizás en algún otro momento…

Bajé algo tímida la mirada y ambos reímos.
- ¿Acostumbras a decir la última palabra de ese modo en todas tus citas?
- ¡Ah! No sabía que lo del viernes fuera una cita, creía que me llevabas obligado por François...
Lily, como no podía ser de otro modo, irrumpió en el despacho con intención de marcar territorio.
- Hola Aaron. ¿Sabes qué? El fin de semana se me ha hecho eterno, no veía el momento de volver a la oficina.
Y rompiendo los esquemas de todos los que estábamos en aquella habitación –incluso los míos propios- respondí del mejor modo posible ante la situación:
- ¡Lily! Siempre es una alegría verte por aquí para nosotros también. Yo ya me marchaba así que os dejo hablando tranquilamente, solo una última cosa Aaron, por supuesto que fue una cita encantadora y en cuanto a la despedida…me encantó que me besaras.- le guiñé un ojo y cerré la puerta.
Me quedé apoyada en la pared de fuera divirtiéndome por mi alarde de pícara, la niña 20 años menor que yo había aflorado con muchas ganas de imponerse y ya estaban surtiendo sus efectos.

(Continuará en http://elcalidorincondelprocrastinante.blogspot.com)

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