viernes, 28 de enero de 2011

Parte 17

(*Continuación de la parte 16, sita en http://elcalidorincondelprocrastinante.blogspot.com/2011/01/parte-16.html )

"Buenos días Manhattan, es día 1 de Abril y estrenamos este nuevo mes con un sol escondido tras las nubes y unas aceras mojadas por la lluvia. Tengan cuidado de no resbalarse, pasen un magnífico día,y por mi parte, os dejo disfrutando al son del mítico Sweet child of mine..."

Como ya había anunciado la radio esa misma mañana, era día 1 de abril y tan solo nos separaban 22 días, 528 horas, 31.680 segundos de la gala donde se anunciaría el nuevo apadrinaje de News Corporation. Los mensajes con infinitas promesas de amor por parte de James, atestaban mi buzón de voz y el vertedero municipal debía estar repoblado por los numerosos ramos de flores que no dejaban de llegar a mi piso por cortesía de mi ex marido. Por eso, cuando la secretaria llamó a mi despacho anunciando que tenía visita y que el caballero que me esperaba llevaba una flor escondida en su chaqueta, creía que era otra maniobra de James con la que despistarme.
Lejos de estar en lo cierto, el hombre que entró por mi puerta era bastante más atractivo y algo más agradable.
- ¡Caray! ¿Adam Parker? –le estreché la mano.
- El mismo.
- Esto sí que no me lo esperaba. ¿Cómo…cómo me has localizado?
- Después de nuestro encuentro fortuito me dije a mi mismo que tenía que volver a verte…así que, bueno, es un poco vergonzoso…-bajó la cabeza- pero introduje tu nombre en un servidor de internet con la esperanza de encontrar algo sobre ti y…
- ¿Y…? – le insté a continuar esperando alguna mención de los artículos hablando sobre mi cornamenta.
- Y me sentí un estúpido por no haber reconocido a la mujer que me puso los pelos de punta en sus tantas publicaciones en Nowadays – contestó clavándome sus enormes iris verdes y con un ligero esbozo de sonrisa que me insinuaba su blanca y perfecta dentadura.
- Vaya… gracias.
- Me he tomado la libertad de traerte una orquídea.
- Gracias de nuevo pues…- sonreí.
A pesar de que Voice no tenía tiempo que perder pasé más de una hora –que luego debería recuperar- charlando con Adam. Resultó ser un arquitecto de Los Ángeles que apenas llevaba un mes en la ciudad. Su lugar de origen justificaba su bronceado y, su éxito, el Rolex que vestía en la muñeca derecha. Creía que yo era la única que llevaba el reloj en esa muñeca.
-Alison, me encantaría continuar la conversación en otro momento, pero ahora debo ir a una cita…
- Entiendo… – dije un poco contrariada mientras la acompañaba fuera de mi despacho.
- Oh…no, nono, no es esa clase de cita – sonrió – soy voluntario en un orfanato de Brooklyn y mi labor es entretener a esos niños un par de horas a la semana. Hoy vamos a enseñar a Charlie a jugar al baloncesto y no puedo hacerle esperar – esos dientes blancos asomaron otra vez.
Me quedé anonadada. De no sé porque en un día no le pudo haber dado tiempo a estudiarse mi vida, hubiera jurado que ese hombre sabía perfectamente lo que quería oír, ya que después de una conversación llena de rasgos en común, resultó que compartía mi debilidad por la ayuda humanitaria, aún si haber escuchado aparentemente, sobre mis sonadas donaciones a distintas asociaciones.

-No hagas esperar a Charlie entonces.
- Ha sido un placer verte de nuevo.
-Igualmente Adam, me alegro de haber estado en esta ocasión sentada en una silla y no tirada en el suelo- reímos ambos.
- Hasta otra Ali – únicamente James me llamaba así…- por cierto, te dejaron muy guapa en ese salón de belleza…

Aaron pasó por nuestro lado.
-Bueno, hasta otra Alison.
-Hasta otra Adam... Ah, hola Aaron.-le dije.
-Alison.-inclinó la cabeza y siguió su camino sin pararse.

Tuve que llamar a Carry, mi íntima amiga, y a François para cancelar nuestra cena de esa noche puesto que iba a tener que recuperar el tiempo perdido y trabajar hasta tarde. Fue entonces, cuando me obligaron a narrarles los últimos acontecimientos ocurridos en una llamada a 3, cuando me di cuenta de que mi vida cada vez se parecía más a la de una adolescente y de que los hombres, definitivamente, volvían a mí.
- Qué le vamos a hacer querida… -decía François- el amor es una enfermedad crónica de la que no hay forma alguna de desvincularse…
- Siempre te acaba encontrando… –apuntó Carry.
- Amén –puntualicé, y todos reímos.
Era tarde, apenas cuatro despachos mantenían las luces encendidas. Uno de ellos era el de Aaron. Lo observé a través de los cristales, parecía descentrado a la par que divertido. No paraba de hacer bolas de papel que más tarde encestaba, con un tiro limpio, en la papelera.
Preparé dos tazas de café y me acerqué a su despacho para ofrecerle una. Toqué a la puerta y tras recibir su permiso entré.
-¿Un día duro? – le pregunté mientras le tendía su taza de café.
-Eso creo… -contestó con un semblante más apagado que de costumbre- No sé, desde luego no tan divertido como tu número de esta mañana con Lily –sonreí- ni tan perfecto como el olor a tostadas y café del desayuno…
- “Cuando pienso que todo cuanto crece, dura en su perfección un breve instante, como de la mañana el sol radiante que, al avanzar la tarde se oscurece…”
-¿Shakespeare?
- El mismo.
Nuestras miradas llena de complicidad sostuvieron unos instantes de silencio.
- Vámonos ya a casa Aaron.
- ¿A la tuya o a la mía? – sonrió esta vez.
- Cada uno a la suya –le contesté devolviéndole la sonrisa.
Cuando llegué a casa, el evidente cansancio físico no era capaz de borrar la sonrisa que se asentó en mi cara. Cada vez se hacía más notable el gran cambio que mi vida había dado. Todo lo que tenía previsto para mi vida se desplomo, los esquemas se resquebrajaron, pero ya no me sentía desdichada. Todo lo que estaba sucediendo era nuevo para mí, o al menos, llevaba desde la universidad sin coquetear con hombres, sin dejarme besar por alguien que no estuviera unido a mí sentimentalmente, sin pensar en mi misma de forma individualista. Ahora definitivamente tenía cogido este barco por el timón y a veces, me sorprendía a mí misma soltando el mando y dejándome llevar por esta marea inestable que la vida resulta ser.
Estaba preparándome para dormir cuando alguien tocó el timbre.
- ¿Si?
- ¿Alison?
- Sí, soy yo.
- Alison, ¡Soy Sophie!
- Sophie… ¿mi pequeña aventurera?
- ¡La misma!
- ¿Pero qué haces ahí abajo enana? ¡Sube ahora mismo y entra en casa!
Sophie, era la hermana pequeña de una íntima amiga de la infancia, de esas que sientes como si llevaran tu propia sangre. Su hermana falleció cuando tan solo teníamos 16 años y desde entonces Sophie extrapoló sus admiraciones propias de la más pequeña de la casa y sus ojos con tendencia a idealizar hasta mí. Me convertí en su mentora, su hermana mayor y su firme defensora. La chica, que tenía antepasados franceses, decidió irse a estudiar a la capital del amor, Paris, y desde entonces, toda la relación que tuvimos fue a través de cartas y correos electrónicos. Cuando me despedí de la pequeña Sophie tenía tan solo 18 años y ahora venía reconvertida en una mujer de 26, con unos ojos marrones que albergaban todavía la sencillez y la ilusión de una niña con ansias de vivir amando todo lo que encontraba a su paso.
Nos pusimos al día muy por encima y dormimos abrazadas como casi 20 años atrás.

(Continuará en http://elcalidorincondelprocrastinante.blogspot.com)

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